Despidiéndome de mi ser querido con Rosas lilas




 

Mudanza, fe, amor, gratitud.

Me despido de mi amado hermano con rosas lilas.

  

Doce de diciembre de 2018. Se cierra el expediente de un paciente más que, en urgencias del Seguro Social, no encontró la forma de sobrevivir a una peritonitis. Noche previa esperando la respuesta de un cirujano que acabó su turno vespertino y dejó al paciente para el siguiente horario. En el nocturno. El anestesista no llegó. Tal vez él nunca sepa esta historia. Espero que se encuentre bien; se veía agotado. Tal vez su acto solo fue una herramienta de los designios divinos. De cierto no lo sé, lo intuyo.

Siete de la mañana del doce de diciembre. Celebración y mañanitas a la virgen de Guadalupe, la Morenita del Tepeyac. Desde las 12 p.m. del día once se percibe el festejo popular. Desde la ventana de la camilla se pueden mirar las luces y escuchar los estruendos de la pirotecnia que celebra el día de la aparición de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, hace cerca de cinco siglos. Siempre he vivido esta fiesta en la Ciudad de México; ahora todo esto transcurre en Guadalajara.

Son las 3 a.m. Busco al doctor a cargo de la guardia nocturna y le pido apoyo: "Por favor, dígame cuál es el pronóstico de vida del paciente de la cama 101. Soy tanatóloga, puede hablarme con la verdad, es mi hermano". Ya no solo soy la hermana; busco refugio en mi práctica profesional, necesito apoyo, ayuda.

Mi hermano está inquieto y quiere lo lleve a otro hospital. Mañana deberá hemodializarse. ¿Es conveniente llevarlo en ambulancia? Pase a quirófano o qué es lo más prudente.

Silencio. ¿Por qué no han venido los de quirófano?

–Señora, deme unos minutos para revisar el expediente y yo la busco. Los minutos transcurren entre luces en el cielo, una temperatura cálida en la habitación y lamentos y quejas de los enfermitos de ese pabellón. Hay gente que llora el deceso de un familiar; estamos en el área de varones. Huele a muerte y el dolor que trae con ella.

Entra el médico y me dice: "Se ha complicado la situación de salud de su hermano y el pronóstico de vida es muy negativo". Se dirige a verlo y le pregunta si tiene dolor; él asiente con la cabeza. Para ese momento se ha arrancado las sondas que pasaban por su garganta, se ha zafado la bata deprimente de este hospital y ha lanzado la bombilla del oxígeno. El médico pide a la enfermera un tranquilizante; la enfermera lo trae lo más pronto que puede y se lo aplica.

Mi hermano balbucea que lo lleve a otro lado. Sé que el tiempo se está agotando y que lo que repetía de ir al Seguro Social (IMSS) a morir está tan cerca como estirar mi brazo. Ha sido una de las noches más largas de mi vida, con momentos en que la parca soplaba en mi mejilla un viento helado y, al mismo tiempo, con el alba y la presencia de ella, la Señora de las Rosas, como la conozco desde hace más de cinco años, quien tomaba mi brazo y sostenía mi corazón para darle el último masaje a mi hermano, darle un poco de descanso a sus músculos cansados de siete décadas recién festejadas, de años de trabajo. Agradecí siempre visitarlo al menos una vez al año hasta antes de que perdiera sus riñones y lo hemodializaran. Agradecí siempre que habláramos por teléfono y que cuando no sabía gran cosa de él, estaba haciendo su vida.

–¡¡¡En el Seguro Social me dejarán morir!!! Doctora, deme un pase a Ortopedia. Ya me he operado la columna en un particular, pero el dolor continúa, necesito seguimiento y tal vez rehabilitación.

–No hay citas antes, ¿quién le dijo que aquí morirá? Debe esperar en la lista dentro de tres meses. –Nadie me lo ha dicho, solo que me siento mal y no veo que me ayuden–, me contaba por teléfono sobre sus citas y respuestas médicas.

7:30 a.m. Van por él los del quirófano. Sus hijos no contestan el teléfono. Mi hermano ya está sedado.

Médicos en el quirófano, anestesista y cirujano. “Vamos a entubarlo, realmente es muy grave su condición". "Doctor, ¿me está diciendo que puede morir al intervenirlo?”; “Su situación es muy delicada, los intestinos están perforados y no sabemos con precisión qué vamos a encontrar, tiene infección en los bronquios y es paciente de hemodiálisis”... Tienen cara de estarme dando el pésame.

Sus hijos no contestan el teléfono. El cuidador, un sobrino político. Declino la decisión, desecho la posibilidad de inducir coma y que ultrajen su cuerpo. Nuestra condición de soledad y fragilidad eran frías como el miedo y la tristeza, y ella, la parca, detrás de mí diciéndome al oído: "Aquí estoy. Esta cita la programó tu hermano hace mucho tiempo, ya nada puedes hacer”. Mi mirada está fija en dirección a la puerta, buscando a su hijo; pierdo la mirada entre las personas aglutinadas en la puerta, esperando noticias de sus enfermos. Quiero identificar a un familiar, quiero sentir el hombro o el abrazo de un rostro conocido, quiero sentirme apoyada, consolada.

¿Saben? Desde niña he sido autosuficiente. Todo resuelvo. Será por eso que apagaron los celulares, que su hijo dice que ya viene pero no llega. Que he firmado y autorizado que nada le hagan ya a mi HERMANO. Lo están regresando a su piso a la cama 101.

No reconozco la habitación donde pasamos la noche más larga de mi vida, la última de mi hermano. Es una habitación pequeña, angosta. Me doy cuenta: ya es doce de diciembre. Desde hace más de seis años que he tomado las rosas como símbolo espiritual y de sanación, que he visto milagros en mi salud y la de otros, que soy devota de mi Señora de las Rosas, mi Morenita del Tepeyac. Ella, María de Guadalupe, mi virgencita amada, está más cerca que nunca que todos los años de mi gran amor incondicional y su presencia sanadora. Mi devoción y el sentir su energía divina me dan fuerza para despedirme de mi hermano. Lo encomiendo a ella:

Madre, es tu hijo, envuélvelo en tu manto, lo conoces más que yo. Por mi amor a ti, por mi amor a él, te clamo misericordia y piedad. Abrázalo con tu amor incondicional, cúbrelo con tu luz para que pueda regresar protegido por ti a su morada celestial.
–Madre Santísima, no permitas que su carne sufra, apiádate de su alma y sé intercesora ante la fuente infinita para que él, tú hijo, pueda hoy estar contigo, padre amado.

Beso su frente y le digo: “hasta pronto, hermano". Su sobrino político y cuidador ha llegado. Bajo para que pueda subir a verlo. Este hombre lo acompañó, lo bañó, le dio de comer y con él pasó las últimas semanas difíciles de enfermedad. Con ese acento norteño, dice: "Viejo, ya estoy aquí, échale ganas". Pareciera haberlo esperado para darle un gran regalo a su vida. Mi hermano tomó dos inhalaciones suaves y su alma se desprendió de aquel cuerpo cansado y enfermo. Mi hermano Hernando hizo su mudanza, su espíritu comienza un grandioso viaje. La experiencia terrenal en este diciembre de 2018 ha concluido. Gracias Santa María de Guadalupe. Gracias a los sagrados símbolos de la rosa lila, blanca y rosada.

Su hijo llegó. Ya no lo vi. Su velorio fue fastuoso. Una misa como jamás la había presenciado. Soy mexicana del Centro; mi hermano se fue a Guadalajara cuando mis sobrinos eran chicos, cursaban la educación primaria. Su esposa era originaria de la ciudad de Tequila. Gente, música buchona, extravagancias que no me decían mucho. Estoy en paz, tranquila, sin lágrimas. Mi marido ha llegado y es mi gran compañía en ese momento.

Fuimos tres hijos: Hernando, Héctor y yo.

Hernando trascendió a los 70 años en el IMSS.

Héctor trascendió a los 53 años en el IMSS.

Yo. Patricia Cortés Martínez, de 56 años... soy la última de este árbol genealógico. Como sanadora con rosas y ferviente creyente Guadalupana —aunque no necesariamente ello es característico de este quehacer místico—, cuando levantó mi brazo e izo una rosa real o imaginaria, sé que Ella está atendiendo mi petición. Me siento honrada al creer y sentir que ella, conociendo el cariño que como hermanos nos tuvimos, se hizo cargo de su espíritu. El duelo existe con todo su peso, pero esta fe me cubre de confianza, luz, aceptación, amor y paz.


Patricia Cortés Martínez

 

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